Artículo publicado en Heraldo de Aragón en Agosto 2018 en la Sección Opinión Tribuna Abierta
Vivimos en un tiempo en el que las innovaciones son cada vez mayores, y la vida útil de estas innovaciones es cada vez menor, la innovación ha dejado de ser un coste, algo de lo que podías prescindir en tiempos de crisis, para asegurarse su posición como una inversión, algo imprescindible para, como mínimo, seguir donde estás. La regla de la Queen Red Race se hace realidad cada día en nuestras empresas: tenemos que ir más rápido que los demás, y que el propio contexto, si queremos permanecer, cuando menos, en el mismo lugar.
Por eso en este entorno de efervescencia el análisis de los factores que hacen que nuestros equipos, nuestras personas, nuestra cultura empresarial, sea cada vez más innovadora se torna como el hallazgo de la piedra Rossetta, que nos permita interpretar estos tiempos, y encontrar esos factores de éxito innovador.
A lo largo de toda mi vida he ido descubriendo sutilmente como hay un factor que no sólo es determinante para la innovación, sino, para el éxito de los equipos y organizaciones, por lo que tiene de cohesión y de generador de confianza mutua. Ese factor ahora ha sido corroborado por estudios americanos, que de forma empírica acreditan que esta intuición tiene sustento real. No hablo de inversión, no hablo de tecnología, no hablo de capacitación, y ni siquiera hablo de creatividad. El factor determinante para la cultura y el ejercicio de la innovación es la generosidad.
Greg Satell en su trabajo Mapping Innovation, elegido como el mejor libro de negocios de 2017 por 800 CEOs americanos, entrevistó a cientos de personas que, a lo largo de su carrera, habían desarrollado los más diversos productos y servicios que habían supuesto un cambio disruptivo en la sociedad o en el mercado. En todas ellas descubre, sorprendentemente, que fuera del estereotipo de arrogancia y de individualismo, la característica general de todas estas personas es la generosidad y el vivo interés por ayudar de manera desinteresada. Y descubre que, sin duda, la generosidad es un factor competitivo de la innovación. En esta misma línea, Laszlo Bock, ex vicepresidente de personas de Google, narra en Work Rules como el proyecto Oxígeno les llevó en Google a descubrir que, entre las características de los mejores líderes de su organización, se encontraba el dar poder a los miembros de su equipo y mostrar vivo interés por aquello que les ocupa en cada momento, con el ánimo de ponerse a su disposición.
En el ámbito de las relaciones personales o profesionales, la generosidad, es mi opinión, tiene su origen en el autoconocimiento y la curiosidad. El autoconocimiento porque nos permite reconocernos incompletos y necesitados de la complementariedad de los demás. La curiosidad porque es una fuerza que nos desplaza fuera de nuestros límites, con ánimo de experimentación y exploración. Pero fuera de lo que pudiera parecer, la generosidad no es de ejercicio fácil, a pesar de que todos nos definamos como tales. Como decía San Francisco de Asís “tanta paciencia y generosidad tienes como demuestres en tiempos de crisis, y no más”. De ahí que una buena prueba del algodón en nuestras relaciones personales y profesionales es reconocernos en aquellos momentos en los que alguien se acerca a nosotros para solicitarnos algo, para conocer nuestro trabajo, para compartirlo, o incluso para hacerles un favor…porque esa y no más es nuestra generosidad y por lo tanto nuestra ventaja competitiva cultural para la innovación.
Quienes ejercitan la generosidad a nivel organizacional o personal y profesional, saben que la generosidad es apuesta segura para conexiones improbables y éstas sin duda nos acercan cada vez más a la innovación.
Carlos Piñeyroa Sierra
Director de Init Land y consultor en Innovación de Personas