Artículo publicado en Heraldo de Aragón en la sección Tribuna en Noviembre 2020
Hace un par de semanas tuve un pequeño revuelo en las redes. Colgué un tweet en el que, tras invertir mucho tiempo y esfuerzo durante dos meses, agosto y septiembre, por fin la empresa en la que trabajo, Grupo Init, presentábamos ante un comité internacional de una multinacional nuestra propuesta para dar respuesta a un reto de producto que nos solicitaron y al que debíamos dar solución en una especie de concurso frente a otras nueve compañías internacionales. En el tweet decía expresamente que tras la presentación nos fuimos todos, física y virtualmente, a celebrarlo. Y he aquí que algunas personas comenzaron a preguntar “¿pero lo habéis ganado ya?” y mi respuesta fue “No, pero no celebramos lo que tenemos, sino lo que somos”.
Una organización, cualquiera que esta sea, empresa, familia, amigos, equipo deportivo…que no celebra está muerta. Celebrar cada paso, celebrar el intento, el esfuerzo, celebrar la pasión, celebrar simplemente que estamos juntos y que caminamos juntos, es para mí un deber. Conforme me hago mayor confirmo que la vida está en las pequeñas cosas, en los pequeños gestos, y seguramente de forma adicional eso me ha enseñado que no es necesario esperar al resultado para celebrar, porque el esfuerzo, el intento, el camino, es tan importante como el resultado.
Si no hubiéramos celebrado en aquel momento, tras la presentación ante el comité, algo hubiéramos perdido, algo hubiera quedado incompleto. Porque hubiésemos puesto nuestra felicidad en manos de unos terceros que valoran nuestro trabajo pero que nunca podrán valorar lo que somos. Porque lo que somos es algo íntimo y personal que encuentra su espacio en nuestro interior, en el de cada uno de nosotros y en el nuestro, el de la primera persona del plural. Y ese “somos” genera una corriente de identidad y de felicidad que nunca puede quedar en manos de terceros.
Además es un hecho que la vida nos enseña que no siempre ganamos en aquello en lo que participamos, por muy grande que haya sido el esfuerzo puesto en el empeño, así pues, no haberlo celebrado hubiera implicado haber dejado en el olvido el proceso y el aprendizaje que ese proceso nos generó, haber dejado en el olvido los días sin horas, la cooperación sinérgica, la puesta a disposición del otro cuando tu parte está terminada, las risas de los pequeños desastres e inconvenientes, y lo más importante, la sensación de que te encuentras en el lugar donde, otros como tú, creen en el mismo propósito.
Hace unos años, junto con mi amiga Anabel, montamos una fiesta por todo lo alto, en el que invitamos a nuestros amigos a una cena muy especial, una cena en la que cada uno de ellos podía invitar a una tercera persona, con la única condición que esa tercera persona fuera su amigo y tuviera algo que celebrar con ella. La fiesta se llamó “Celebra la Vida” porque el único motivo era celebrar que la Vida nos había puesto a mucha gente alrededor y que conformaban nuestros pequeños momentos, que en realidad eran la Vida. “Celebra la Vida” para recordarnos que no es necesario ningún acontecimiento, boda o bautizo, para celebrar todo lo bueno que vivimos y aprendemos a cada segundo con nuestros amigos y familiares.
No dejes de celebrar la Vida, no dejes de celebrar cada pequeño gesto en tu empresa, en tu familia, en tu equipo,… y reconoce a cada instante, que la vida está llena de pequeñas cosas que merecen ser celebradas, que merecen ser reconocidas, que merecen ser subrayadas, porque dejar ese momento en manos de terceros o dejar ese momento a un expectativa de éxito de un proyecto, te puede hacer perder lo más valioso de tu existencia: celebrar la Vida.
Carlos Piñeyroa Sierra
Director de Conversaciones e Innovación abierta de Grupo Init. Free lance en Innovación en Dirección de Personas.