Artículo publicado en Heraldo de Aragón en la sección Opinión en Noviembre 2022
Sé que será polémico, sé que las aristas de mi opinión se usarán como sustantivas, aún cuando no sean más que adjetivas. Sé que este artículo generará polémica, pero bienvenida la discrepancia si produce reflexión.
Hace tiempo que me ronda por la cabeza, a raíz de las últimas noticias, una pregunta insistente ¿qué puede o qué no puede hacer una persona de dieciséis años en nuestro país?. Sin ánimo de ser exhaustivo la lista de autorizaciones más importantes podría ser esta: testar, someterse a intervenciones quirúrgicas sin riesgo para su vida, conducir una moto, trabajar,…
De toda esta apertura a que nuestros jóvenes de dieciséis años puedan tomar decisiones de forma autónoma, no deja de golpearme la cabeza la idea de que por ejemplo no puedan votar hasta los dieciocho años, o no puedan entrar en un casino o salón de juegos hasta esa edad, o no puedan entrar solos en un concierto en el que se distribuye alcohol y sin embargo sí puedan abortar, hacerse una cirugía estética sin consentimiento paterno o materno, o recientemente estén a punto de poder determinar su género sin dicho consentimiento.
¿Y por qué me extraña? Porque acciones como el aborto o la determinación de genero comprometen para siempre la vida, en el caso del aborto, no sólo la propia, sino de la criatura no nacida, mientras que poder jugar al bingo, o votar, siendo importante por las repercusiones que tiene, no impacta ni tiene una trascendencia en la vida como aquellas (si quiera sea por el posibilismo que diluye el voto entre millones, o la estadística del juego como transición a ludopatía).
Y esto me lleva a otra reflexión: quizás el legislador en los años recientes no está tanto empoderando a nuestros menores para asumir responsabilidades vitales a partir de los dieciséis años, como, y esto es lo determinante, apartar a los padres y madres de la ecuación de toma de decisiones. Porque resulta tremendamente extraña esta obsesión por dotar de autonomía en decisiones totalmente vitales a los menores, (y no en aquellas de menor trascendencia) como si el consejo de los padres y las madres fuera contraproducente, algo así como un estorbo, una interferencia, que es preciso eliminar. Y me pregunto si detrás de todo esto que se nos vende como empoderamiento de menores, no es en realidad una construcción social, que ya aventuraron algunos políticos, de que los hijos e hijas, en realidad, no son de los padres y de las madres, sino de la tribu o del Estado. Y sinceramente creo que cuando menos la duda es razonable, porque no alcanzo a entender porque nuestros menores no pueden sentirse acompañados por las personas que seguramente más les quieren en el mundo, y que, desde su madurez, podrían alimentar y ayudar a construir la mejor decisión posible. Como dice el aforismo “información es capacidad para decidir”, así que alimenta tu decisión de la máxima información, y seguramente podrás tomar la mejor decisión.
Y es que, en ausencia de los padres y las madres en esa toma de decisiones, quien de verdad las toma es el Estado, que está asumiendo una autoridad por encima de los padres y las madres, para imponer la decisión propia. ¿Cuál? La decisión de una ideología de referentes, una ideología que con la apariencia de vacuidad en realidad es contundente, sólida y muestra un camino señalado. Porque, no conozco estudios que determinen que nuestros menores de dieciséis años tienen, en estos momentos, una mayor capacidad de comprensión y entendimiento que la de hace unos cuantos años, y desconozco si hay algún elemento epistemológico que determine que nuestros menores están expuestos a una mayor urgencia y determinación en la toma de decisiones. Más bien, creo, sinceramente, que es un constructo social, proveniente de una determinada ideología, que como tal debería explicitarse sin miedo para que, puesta en el debate público pudiéramos debatir para decidir, ahora sí, si los padres y las madres son prescindibles en determinadas decisiones porque consideramos que el Estado, la tribu, o quien quiera que sea, puede crear el contexto de referentes suficientes para que una persona menor de edad pueda decidir por sí misma. Ojalá se abra un debate, que nos ayude a la reflexión y al diálogo como manera de encontrar un punto de encuentro veraz y transparente, que redunde en beneficio de los menores y la sociedad.
Carlos Piñeyroa Sierra