No somos un país racista

Artículo publicado en Heraldo de Aragón en la sección de Tribuna en Julio 2025

Un país que se levanta todos los días con cerca de siete millones de personas migrantes acogidas en su territorio, no es un país racista. Un país que destina millones de euros de financiación pública y privada a la integración de las personas migrantes que llegan y conviven en su territorio, no es un país racista.

No, no somos un país racista. La convivencia pacífica nos precede, nos rodea, y nos inunda en la mayor parte de nuestra vida cotidiana. 

El tiempo pasa para todos, y como decía Heráclito, lo único que permanece es el cambio. Tendremos que aceptar que después de la última década, las cosas han cambiado, y tenemos que configurar el hecho migratorio del mañana desde hoy mismo, pero de una manera diferente. Y antes de que todo se polarice, me gustaría traer aquí algunas reflexiones, por si fueran útiles. 

La primera de todas es que debemos sacar el debate migratorio de la visceralidad emocional. Mientras que para unos cualquier entrada de una persona migrante en nuestro país supone un riesgo de disolución de la nación española, basado en la premisa simplista de “o tú o yo, porque los dos no cabemos”, para otros, cualquier propuesta que no sea puertas abiertas para todos y en todo momento, es considerada como “racista, xenófoba, o fascista”. Un debate como el migratorio, complejo donde los haya, repleto de aristas y recovecos, no puede dilucidarse en el terreno de las emociones. 

El debate migratorio debe atender a un pensamiento racional, un pensamiento basado en datos, porque otra cosa no, pero datos no faltan, tanto a favor de unos (sostenimiento de la caja común de las pensiones, contratos de trabajo en determinados sectores económicos abandonados, natalidad,…) como a favor de otros (desbordamiento de los recursos de acogida, llegada masiva de personas procedentes de todos los continentes con dificultades variadas de integración,…).

Pero sinceramente creo que nuestro país antes de entrar en el fondo del asunto debe ahondar en la forma del asunto. De nada sirve la visceralidad polarizadora. Estos días he oído a grupos políticos y sociales hablar por un lado de “terrorismo racial” y por otro lado de “caza de magrebí”. Desde luego desde ahí, desde esas premisas gruesas es imposible, no el debate, sino el diálogo. Creo sinceramente que podemos llevar este diálogo desde otras premisas: la alegría, y porque no el agradecimiento, de quien acoge (más contratos de trabajo, sostenimiento de la caja común, etc), y el reconocimiento y gratitud de quien es acogido (no olvidemos, por ejemplo, que la mayor parte de la regularización de personas migrantes en España en este momento viene derivada de peticiones de protección internacional o asilo, lo que implica que para muchas de estas personas la acogida en nuestro país es la delgada línea entre la vida y la muerte, así como vivir en un país con mejores condiciones de vida, no sólo en términos de derechos humanos, sino también de bienestar). 

Si centramos el diálogo en estas premisas y en los datos, quizás, sólo quizás, después sea el momento de hablar de lo emocional. El temor legítimo a lo desconocido, de una y otra parte, la necesidad de reforzar los recursos de integración social y laboral en función del país de procedencia, la necesidad de acompañar a las segundas y terceras generaciones, que la experiencia nos dice que son las realmente críticas en cuanto a la integración, la necesidad de ordenar y dimensionar la llegada de personas migrantes, la necesidad de que el Estado no se desentienda dejando en el abismo a menores no acompañados que dejan de serlo, o a personas a las que se les deniega el asilo…

No somos un país racista. Pero es evidente que el modelo actual provoca debate, controversia,…y que precisa de un diálogo sereno y racional. Apoyar a quienes, de uno y otro lado, sólo quieren polarizar el debate nos llevará, como en tantos otros debates actuales, a la cancelación, a la falta de diálogo y a la falta, por ende, de soluciones reales y duraderas.

Carlos Piñeyroa Sierra

Consultor en Economía con Sentido

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