Artículo publicado en Septiembre 2025 en la sección Opinión de Heraldo de Aragón
Según la RAE, distancia es el espacio o intervalo de lugar o de tiempo que media entre dos cosas o sucesos. Distancia es lo que yo he pretendido tomar durante estas vacaciones, respecto de mi rutina y de mi estrés laboral. Sin embargo la distancia que me he encontrado ha sido otra.
Imagino que me hago mayor, y que lo que espero encontrar ya no está cerca de mí, sino a una gran distancia de ese anhelo. Esta distancia la he descubierto en base a la observación. Quizás el tiempo de vacaciones es un tiempo propicio para estar más atento a lo cotidiano, a las naderías del día a día, a fijar la mirada en cosas que, de habitual, nos pasan desapercibidas. Y seguramente ahí, en esa nueva mirada, emerge el descubrimiento de la distancia.
Cuatro cosas he encontrado distantes en mí mes de verano. La primera es el silencio. No salgo de mi asombro de cómo, cada vez más, somos más ruidosos, o yo percibo más el ruido. He tenido oportunidad de visitar varias exposiciones y me quedo perplejo ante las conversaciones en alto, las llamadas telefónicas contestadas en museos, los trenes con gente inmisericorde que ponen a todo volumen su ipad, o su móvil… Siento cada vez una mayor distancia con el ruido, que normalmente está muy vinculado a la distancia que siento con esta nueva educación, por llamarla de alguna manera, la “educación individualista”. De nuevo observo perplejo, pongo un ejemplo, como, en recintos que está prohibido fumar, la gente vapea disimuladamente, como si vapear no fuera fumar, como si vapear estuviera permitido en tanto nadie me llame la atención,…hasta que te la llaman, y entonces reconoces que no está permitido…esta educación individualista que es pueril en su fondo más profundo (“a ver si no me pillan”) y que como advertía recientemente la filósofa Victoria Camps con ocasión de la presentación de su nuevo libro “La sociedad de la desconfianza”, “plantearse la propia libertad es al mismo tiempo plantearse el bien de los demás. La libertad reducida al puro egoísmo no es libertad”
La tercera realidad que me ha creado distancia son los móviles. No, no soy un anacoreta alejado del mundanal espacio digital, tengo a mis espaldas horas de pantallas. Pero me he encontrado escenas este verano que me han dejado ojiplático: padres y madres viendo el móvil mientras movilizan la cuchara hacia la boca del retoño, o el propio retoño mirando una pantalla para entretenerse mientras deglute. Igualmente he visto a jóvenes adolescentes que, en comidas familiares típicas de chiringuito de playa, están toda la comida mirando el móvil, mientras el resto de comensales aceptan impertérritos ese aislamiento social. Como si de una escena de Edward Hoper se tratara, todo está ahí, aunque nadie se mire.
Y finalmente, y quizás esto sea lo más novedoso en mi distancia con el mundo, he tenido oportunidad de sufrir dos experiencias turístico fóbicas. La primera en un concierto en el que el cantante nos deleitó con un tema en contra de los turistas que invadían su ciudad, entre los cuales, claro, nos encontrábamos los propios espectadores que habíamos pagado la entrada. La segunda, con una trabajadora de un restaurante que priorizaba su derecho a gritar la comanda a las dos de la mañana sin ninguna compasión para los turistas que apaciblemente intentábamos dormir a aquellas horas, gritándonos, ahora a hacia nosotros mismos, que si queríamos tranquilidad que nos fuéramos a nuestra casa.
Así pues, un verano en el que la constatación de la distancia con este mundo de las pequeñas cosas es cada vez mayor. Veo con nostalgia regresar al silencio, a la educación de respeto colectivo que aprendí en mi infancia, al placer de la conversación, de la mirada, del roce, sin pantallas de por medio, y al destino veraniego como quien te espera, no como quien te hace sentir culpable. Lo peor es que creo que todo esto queda tan lejos y es tan minoritario, que se desvanece entre las manos como la arena de la playa. Pareciera que querer volver a ese punto deviene distancia ya imposible.
Carlos Piñeyroa Sierra
Consultor en Economía con Sentido