Artículo publicado en la sección Tribuna de Heraldo de Aragón en Noviembre 2025
Cuando Carlos III asumió el trono de España, seguía siendo costumbre lanzar a la calle las aguas menores y mayores al grito de “¡Agua va!”. Según la tradición, tres voces eran necesarias para que los viandantes supieran que se iba a proceder al vaciado de aguas fecales y demás inmundicias, y de esta manera que los viandantes pudieran guarecerse del eventual lanzamiento desde las ventanas. El propio Carlos III de la mano de Francisco Sabatini, revirtió esta tradición creando las primeras redes de alcantarillado, canalones, letrinas y pozos negros, y prohibiendo de manera expresa aquella tradición del “¡Agua va!”.
Hoy apenas doscientos sesenta y seis años después, aquella tradición del “¡Agua va!” nos parece una auténtica aberración. Sin embargo, seguimos admitiendo como normal que perros que pasean junto a sus dueños por las calles hagan sus necesidades fisiológicas en nuestras aceras y jardines. Es un viejo rescoldo de aquel “¡Agua va!” en la medida que no nos sonroja que las esquinas de todos nuestros portales, los zócalos de fachadas, los alcorques, las farolas, e incluso las propias aceras, estén llenas de orines y excrementos. Cierto es que la Ley 7/2023 de protección de los derechos y el bienestar de los animales ya estableció en España la obligación de los dueños de recoger las heces y, en muchos casos, también de diluir la orina con agua, algo que ha sido reforzado por la normativa municipal, pero esto sin duda no evita su “¡Agua va!”.
Sigue siendo extraño, en el sentido de incómodo y anacrónico, que los perros en nuestras ciudades anden depositando sus heces y orines, dejando sus rastros en nuestros edificios, como lo dejaban en toda España las heces y orines de los seres humanos. Sino, que se lo pregunten a los dueños de los comercios de nuestras ciudades, que cada mañana, en la apertura de sus locales deben proceder, como primera tarea, al lavado y desinfectado de sus esquinas, rodapiés, y puertas a la calle.
Éste es un vestigio que no existe en comparación con el resto de animales domésticos. A los gatos, que igualmente tienen la necesidad de marcar su territorio, se les enseña desde el primer momento a realizar sus necesidades en el propio hogar. ¿por qué no a los perros?, ¿por qué no se acostumbra a estos animales, desde su nacimiento a realizar sus necesidades de manera ordenada en sus propios domicilios?.
En España en 2023 había más de diez millones de perros frente a cerca de dos millones de niños menores de cuatro años. No anda lejos la teoría contraria al antropocentrismo que considera que el ser humano ya no es el centro de la Creación sino un animal más de la misma, sin necesidad de arrogarse epicentro alguno. Algunas personas hablan ya de que los perros forman parte de su unidad familiar, y en los medios de comunicación no dejamos de ver el anuncio de la provisión de servicios propios de seres humanos (spas, peluquerías, comida gourmet, seguros, …), pero para perros.
Propongo que en esa emulación de lo humano en lo perruno se incluya también el hábito de recoger las aguas mayores y menores de estos animales pero en sus propios domicilios, educándoles (sí, como a los seres humanos…) a hacer sus necesidades en un momento y lugar determinado. Siguiendo a Pávlov, no será difícil acostumbrarles, desde su nacimiento, a recibir premio cuando las deposiciones se realizan en casa, y castigo cuando se realizan en la calle.
Y lo sé, muchos dirán, no es responsabilidad de los perros (a pesar de la progresiva humanización de los mismos), sino de sus dueños. Ya, pero a sus dueños, como en 1759, se les permite de manera generalizada sacar a pasear a sus perros y normalizar que caguen y meen en las calles, así pues, igual que vimos normal el “¡Agua va!”, si no encontramos pronto a nuestro Carlos III, seguiremos sufriendo esta insalubridad que, nunca mejor dicho, se ve esquina tras esquina en nuestras ciudades. ¿Se animan? ¡Viva la revolución perruna!
Carlos Piñeyroa Sierra
Consultor en Economía con Sentido