Artículo publicado en Heraldo de Aragón sección Opinión en Julio 2022
Nada había cambiado…aparentemente. Las mismas zapatillas para caminar, la misma ropa cómoda para hacer la compra, la misma cara de buena gente, clase media, sin problemas en la vida,… Mientras caminaba su mente estaba en blanco, hasta que, tirando del carrito con más brío, pasaba por la puerta de su habitual supermercado para dejarlo atrás. En esos momentos la respiración se le aceleraba, la mirada fija en el suelo, y el ademán de tener prisa… todo con tal de no encontrarse a nadie conocido por el camino. Cuando la calle tornaba en otros comercios volvía a recuperar la respiración y avanzaba con paso firme hacia calles más lejanas de su domicilio que le llevaran a otro supermercado, no al suyo, sino a otro. Cuando, finalmente vislumbraba el nuevo emplazamiento, el proceso era siempre el mismo: se agarraba el pelo en una coleta, calaba una gorra de los New York Lakers en su cabeza, se ponía la mascarilla (bendita mascarilla de anonimato) y apretaba contra su nariz unas gafas oscuras. Al llegar al supermercado, casi a punto de cerrar, lo sorteaba y circundaba para llegar al lado opuesto a la puerta de entrada al público. Allí, con normalidad inusitada, preguntaba siempre por “la última” y ocupaba su lugar en la fila. Pacientemente. La respiración contenida, pero sabiéndose entre los suyos, los nuevos “suyos”, y con las claves de los “suyos”: sin preguntas, educadamente, por orden de llegada, manteniendo una fila,…
Nada había cambiado…pero sólo aparentemente. María seguía teniendo una hija, un empleo que fluctuaba, unos recibos de luz imposibles de pagar, y una comida cada vez más inaccesible. Hasta ahora todo iba medianamente bien, pero de un tiempo a esta parte todo había ido a peor. La primera vez que fue a los contenedores del supermercado se repetía a sí misma que sólo sería por una vez. Pero pronto se sintió acogida por personas desconocidas, de las que desconocía su nombre, su cara, pero a las que veía cada dos o tres noches, en la fila, ordenadamente, cogiendo cada una aquello que necesitaba. Nunca hubiera imaginado ese orden, ese concierto, ese respeto, entre quienes se saben realmente necesitados. Nunca hubiera imaginado que quienes nada tenían “eligen” de entre las sobras, sólo aquello que necesitan, porque no hay lugar para el desperdicio y sí para el respeto mutuo.
Con paciencia y tranquilidad, “elegida la compra”, colocaba las cosas en el carrito y en bolsas de la marca del supermercado, para regresar a casa. Cuando se acercaba a su barrio, mismo proceso: fuera la gorra, fuera la mascarilla, fuera las gafas…y si se encontraba con alguien, conversación anodina de siempre: que si fíjate qué horas para comprar, que un poco más y no llego, que me voy para casa que la niña estará esperando, que si hay que ver como está el mundo…
Una de cada cinco personas aragonesas está en riesgo de pobreza, así lo refleja el tercer Informe sobre Desigualdad del Gobierno de Aragón, que analiza datos de 2020 y la primera mitad de 2021 mediante diferentes indicadores. Es sólo una cifra. Pero quién necesita cifras. Cada día decenas de “Marías” acuden en nuestro país a los contenedores por primera vez. Son gotas, que colman el vaso. Se desparraman. Y quedan fuera del contenedor. Una, tras otra. No nos importa mucho. Hasta que de repente, cuando parecía que nada había cambiado, somos nosotros los que nos dirigimos a la parte trasera del supermercado. Seguramente, pensarán, no es probable, pero créanme, es posible. Parecía que nada había cambiado…pero sólo aparentemente.
Carlos Piñeyroa Sierra
Director de Conversaciones e Innovación abierta Grupo Init
Consultor en Innovación en dirección de personas