Artículo publicado en Heraldo de Aragón Sección Opinión en Agosto 2021
“Vamos a preparar el schedule para la meeting del lunes, queremos trabajar sobre el potencial match entre la real customer experience y el discovery realizado por nuestros partners”. No, no me lo he inventado, es real, en un correo electrónico recibido en mi trabajo….
Mi amiga Luz, desde hace muchos años, nos advierte en todas las cenas y comidas de amigos, que el uso imprudente que hacemos del inglés en medio de nuestras conversaciones informales, introduciendo palabras inglesas que tienen sus análogas en español, nos pasará factura como sociedad.
El tema no es baladí. Cualquiera que grabe una conversación en el trabajo, e incluso en la informalidad de una cena, advertirá, ya sin sonrojo, que una parte importante de nuestras expresiones son directamente inglesas: funnel, corporate, wellness, warnings, naming,….y así hasta el infinito. Pero si pudiera parecer que esto es una tontería de la informalidad de nuestras relaciones, o que son únicamente los más jóvenes los que caen en las garras del inglés, permítanme sacarles del error. Un informe sobre diversidad lingüística en la ciencia en España, Portugal y América Latina, elaborado por la Organización de Estados Iberoamericanos en colaboración con el Instituto Elcano, señala que, como mínimo, ocho de cada diez investigadores iberoamericanos escriben en el idioma anglosajón en detrimento de sus lenguas maternas, así como que el 95% del total de los artículos publicados en revistas científicas en 2020 estaba escrito en inglés, y sólo el 1% en español o en portugués.
En estos tiempos en los que la palabra libertad está tan de moda, no seré yo el que le diga a nadie las palabras que debe usar, pero sí que advierto de determinados esnobismos, que subyacen en este uso indiscriminado del inglés. El primero de ellos es usar palabras inglesas cuando existen palabras en español para reflejar la misma realidad. El segundo, y que cabalga sobre el primero, es usar permanentemente palabras en inglés cuando eres incapaz de tener una conversación medianamente fluida en el idioma de Shakespeare. El tercero, y créanme que es real porque a mí me ha ocurrido en el entorno del trabajo, es usar de forma exclusiva el inglés en reuniones en las que participan únicamente hispanohablantes.
Y es que en este esnobismo del uso del inglés, algo tiene que ver un cierto imaginario colectivo basado en que el inglés es el idioma de los negocios, y el español el idioma de los pobres. Y algo de razón no falta dada la ausencia de intervención pública al respecto en nuestro país. En 1994 Francia publica la ley Toubon para la protección del francés frente a, la ya por entonces, invasión del inglés en el trabajo y en las relaciones comerciales. Y el partido En Marche de Macron ya ha cuestionado en la Unión Europea la oficialidad del inglés tras el Brexit, apelando al uso de los idiomas nacionales de la Unión. El español es la segunda lengua nativa en el mundo sólo después del chino mandarín, y la cuarta lengua hablada por nativos y no nativos, sólo después del inglés, el chino, y el hindi. Y no pretendo con estas cifras mostrar músculo, sino simplemente estar orgullosos de un patrimonio, que como tal, debería tener por nuestra parte, y nuestras autoridades y empresas, un mayor celo y uso correcto.
Como me dijo hace unas semanas mi amiga Susana, de la Asociación ¿hablamos?, tras la asistencia a una formación impartida sobre financiación de impacto, “el lenguaje construye realidad, y estaría bien, que en las conversaciones que tuviéramos, las palabras utilizadas, fueran entendibles por todos, para mejor comprender y valorar aquello de lo que estamos hablando”. Pues eso, si el lenguaje nos ayuda a dar profundidad y realidad a lo que decimos, y nos permite llegar hasta lo más profundo de quienes somos, usemos para ello, no una lengua cuya etimología desconocemos, sino aquella que, de manera consciente e inconsciente, provoca en nosotros esa comprensión profunda de toda la realidad que ocultan las palabras. Las bellas palabras… en español, claro.
Carlos Piñeyroa Sierra. Director de Conversaciones e Innovación abierta en Grupo Init. Consultor en Innovación en Personas.