Artículo publicado en sección Opinión de Heraldo de Aragón en Octubre de 2021
Javier llegó a la primera sesión de mediación penal en la Asociación ¿hablamos? con ganas de terminar con aquello que se había iniciado una noche de sábado, en un bar, al golpear con un vaso roto a Pedro. Desde el primer momento Javier dejó claro que él no era un delincuente, que todo se debió al alcohol y que quería pedirle perdón a Pedro. Pedro, por su parte, aceptó tener un encuentro dialogado con Javier, con la única intención de volverle a mirar a los ojos y mostrarle su mayor desprecio, pero, aseguró, no iba a decirle nada, porque él no hablaba con alimañas.
El encuentro dialogado se produjo, y fuera de todo lo previsto Pedro se arrancó expresando todo el dolor que Javier le había causado: “cada mañana cuando me levanto, me miro al espejo, y al ver esta cicatriz en la comisura del labio, me acuerdo de ti, y siento una rabia profunda, porque te has quedado pegado a mi vida, y no podré despegarte nunca”. Javier se quedó helado, paralizado, todo cuanto había preparado se cayó como un castillo de naipes…y dijo “Pedro, yo venía aquí para pedirte perdón, pero ahora que te escucho, y me doy cuenta de todo el dolor que te he causado, no puedo hacerlo, no lo merezco”.
Para pedir perdón es necesario conocer el daño causado, no desde tu mirada, sino desde la mirada de la víctima. Expresar la palabra perdón, es fácil. Lo difícil es expresarla cuando esa palabra está llena del dolor de la víctima. Para poder pedir perdón es necesario acercarte a ella, sentir siquiera mínimamente el dolor que le has causado. Sólo entonces te das cuenta que, donde tú ponías una agresión física, hay un dolor humano. Y como en el caso de Javier, cuando te inundas de ese dolor, puedes incluso renunciar a tu deseo de pedir perdón, porque ese dolor ya es tuyo.
Tengo para mí una regla: a mayor lenguaje calculado en la petición de perdón, menor es el roce producido con la víctima, y menor es la verdad de ese perdón, porque le falta la inundación del dolor infringido a la víctima. Y tengo igualmente para mí, que el perdón está sobrevalorado. Pronunciar esa palabra puede ser liberador para el infractor, pero no siempre lo es para la víctima. La víctima no necesita el perdón. La víctima necesita soltar el vínculo con esa historia que le rompió la vida. Hay muchas víctimas que se quedan atrapadas en el dolor infringido en el momento del delito. A partir de entonces todo gira en torno a ese dolor. Pero para soltar ese vínculo son necesarias tres cosas: justicia, reparación, y acompañamiento. Justicia, para que la víctima sepa que el sistema que entre todos nos hemos dado ha sido capaz de dar respuesta, y no se sienta desasistida por la sociedad que debe sostenerle. Reparación, que no es compensación, sino escucha, de su dolor, del daño efectivamente causado en ella, en su familia, en su vida,… escucha que permite que el infractor sienta también su propio dolor, de otro tipo, el dolor de quien ha infringido daño. Acompañamiento, porque la vida de la víctima, más allá de que se cierre un proceso restaurativo con el infractor, precisa de sanar la herida que en ella se ha producido, y no sólo eso, sino crear una nueva vida, que acepte e integre en su existencia el doloroso acontecimiento que todo delito supone.
Desconfíen pues de quien solemnemente proclama su petición de perdón, sin haberse acercado a sus víctimas, sin haberlas escuchado, sin haberlas rozado. Desconfíen de quien no se emociona en la petición del perdón, porque calcula sus palabras, convenientemente elegidas, para caminar en la equidistancia. Desconfíen de quien pide perdón y no se le quiebra la voz ante su víctima, porque eso implicará que todavía no ha recorrido el difícil camino entre lo que él cree que es el daño infringido, y el mundo de dolor que él ha provocado en la víctima. Y desconfíen de quien pide perdón, obviando la necesidad de hacerse corresponsable de la justicia, la reparación y el acompañamiento. Porque, no lo olviden, la palabra perdón tiene seis letras, y se pronuncia fácil y rápidamente, pero eso, a veces, sólo libera al infractor, no a la víctima.
Carlos Piñeyroa Sierra
Director de Conversaciones e Innovación abierta en Grupo Init. Miembro de la Asociación ¿hablamos? asociación para la mediación penal, penitenciaria y gestión de la convivencia en Aragón.